Estación Quilmes: 30 jul 2010

  Verónica Pedemonte

30 de julio de 2010



El Gatopardo

I

La casa de mi padre me quiso combativo:
Di libertad o lucha hasta la muerte.
La casa de mi padre me enseñó el ayuno,
ayuno solidario con los pobres del mundo.
La casa de mi madre me hizo superviviente,
agárrate a la tierra de esta estirpe sagrada.
En casa de mi madre el pan se repartía
a todo mendicante los lunes y los jueves.
La casa de mi padre me hizo benevolente,
biempensar* era el gesto de todo diplomático.
La casa de mi madre me hizo intransigente
con la luz apagada de la vida mediocre.
La casa de mi padre puso una pica en Flandes
pero vino el gobierno y la borró del mapa.
La casa de mi madre me construyó un castillo,
dos torres con almena y una torre-vigía
que en la guerra española sucumbieron.
La casa de mi madre jamás jugó en la feria
porque “ juegos de manos son juegos de villanos”.
A casa de mi padre venían los visionarios
a aprender la manera de jugarse la piel
la derrota en los ojos, algún as en la manga...
La casa de mi madre porque nobleza obliga
prefería la muerte al deshonor.


II

Con la espina dorada cruzaron los océanos,
para ayunar los días de ayuno,
y repartir el pan lunes y jueves.
Hacer fértil la tierra, luchar por la justicia,
morirse con el deshonor.
Llevar el as de picas
a Varsovia o a Flandes.
No jugar con villanos a las cartas.
Reconstruir castillos en la arena.


III

Disfruto del almuerzo
con la mano derecha,
sólo cuando no tengo a pobres ayunando
los lunes y los jueves en mi estómago.
Me asomo a las almenas
los días de niebla aguda,
cuando los visionarios
contemplan con sus ojos la derrota.
Y digo: hay villanos que juegan con la Historia.
El honor fallece de vergüenza
cuando la libertad es masacrada.
En donde no hay justicia nada es cierto.
Meriendo con mis lares,
y contemplo a lo lejos el fin de las especies.
Las garras prestas, la mirada altiva,
la mano izquierda sobre el corazón.

*M antes de p.



Verónica Pedemonte
Nacida en Montevideo, poeta, filóloga y psicóloga

  Sueño del Dr. Sigmund Freud




Sueño del Dr. Sigmund Freud, intérprete de los sueños ajenos.


La noche del veintidós de septiembre de 1939, el día antes de morir, el doctor Sigmund Freud, intérprete de los sueños ajenos, tuvo un sueño.
Soñó que se había convertido en Dora y que estaba cruzando una Viena bombardeada. La ciudad estaba destruida, y de las ruina de los edificios se alzaba una nube de polvo y de humo.
¿Cómo es posible que esta ciudad haya sido destruida?, se preguntaba el doctor Freud, e intentaba sujetarse los senos, que eran postizos. Pero en aquel momento se cruzó, en la Rathausstrasse, con Frau Marta, que avanzaba con el Neue Frei Presse abierto ante sí.
Oh, querida Dora, dijo Frau Marta, acabo de leer precisamente ahora que el doctor Freud ha vuelto a Viena desde París y vive justo aquí, en el número siete de la Rathausstrasse, quizá le sentaría bien que lo visitara. Y mientras lo decía, apartó con el pie el cadáver de un soldado.
El doctor Freud sintió una gran vergüenza y se bajó el velo del sombrero. No sé por qué, dijo tímidamente.
Porque tiene usted muchos problemas, querida Dora, dijo Frau Marta, tiene usted muchos problemas, como todos nosotros, necesita confiarse a alguien, y, créame, nadie mejor que el doctor Freud para las confidencias, él lo comprende todo acerca de las mujeres, a veces parece incluso una mujer, de tanto como se ensimisma en su papel.
El doctor Freud se despidió con amabilidad pero con rapidez y tomó su camino. Un poco más delante se cruzó con el mozo del carnicero, que la miró con insistencia y le soltó un piropo grosero. El doctor Freud se detuvo, porque hubiera querido darle un puñetazo, pero el mozo del carnicero le miró las piernas y le dijo: Dora, a ti te hace falta un hombre de verdad, para que dejes de estar enamorada de tus fantasías.
El doctor Freud se detuvo irritado. Y tú ¿cómo lo sabes?, le preguntó.
Lo sabe toda Viena, dijo el mozo del carnicero, tú tienes demasiadas fantasías sexuales, lo ha descubierto el doctor Freud.
El doctor Freud levantó los puños. Eso ya era demasiado. Que él, el doctor Freud, tenía fantasías sexuales. Eran los demás quienes tenían esas fantasías, los que acudían a hacerle sus confidencias. Él era un hombre íntegro, y aquel tipo de fantasías era un problema de niños o de perturbados.
Venga, no seas tonta, dijo el mozo del carnicero, y le pellizcó suavemente la mejilla.
El doctor Freud se pavoneó. Después de todo, no le disgustaba ser tratado con familiaridad por un viril mozo de carnicero, y después de todo él era Dora, que tenía problemas nefandos.
Continuó avanzando por la Rathausstrasse y llegó ante su casa. Su casa, su bella casa, ya no existía, había sido destruida por un obús. Pero en el pequeño jardín, que había quedado intacto, estaba su diván. Y en el diván se hallaba tumbado un palurdo con zuecos y la camisa por fuera, que estaba roncando.
El doctor Freud se le acercó y lo despertó. ¿Qué hace usted aquí?, le preguntó.
El palurdo lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos. Busco al doctor Freud.
El doctor Freud soy yo, dijo el doctor Freud.
No me haga reír, señora, respondió el palurdo.
Muy bien, dijo el doctor Freud, le confesaré una cosa, hoy he decidido asumir la apariencia de una de mis pacientes, por eso estoy vestido así, soy Dora.
Dora, dijo el palurdo, pero si yo te amo. Y diciendo esto la abrazó. El doctor Freud sintió una gran turbación y se dejó caer sobre el diván. Y en aquel momento se despertó. Era su última noche, pero él no lo sabía.



Antonio Tabucchi
Italia – 1943

De: “Sueños de Sueños y los tres últimos días de Fernando Pessoa”
Ed. Anagrama – 1996